Bipartidismo – Por Edmundo Orellana

En nuestro país el régimen de partidos ha sido dominado por el Partido Liberal y el Partido Nacional. Por eso, se dice, prevalece el bipartidismo.
Su relación ha sido de amor y odio. El Nacional nace de las entrañas del Liberal, por diferencias personales, no ideológicas. Fueron los mismos que acompañaron al doctor Policarpo Bonilla en la fundación del Partido Liberal, en la revolución que este lideró, en la aprobación de la Constitución del 94 y en la Presidencia de la República, los que, resentidos con los dirigentes del liberalismo, decidieron fundar otro partido. Entre estos, el más destacado es el general Manuel Bonilla -olanchano, por cierto-, a quien se le atribuye la fundación del Partido Nacional.

A partir de entonces, se han turnado en el poder. La primera etapa, cuando todavía los resentimientos se imponían, las relaciones entre estos dos partidos se caracterizaron por los odios viscerales de sus dirigentes. Tiburcio Carías, un destacado miembro del Partido Liberal, ya nacionalista y ungido presidente de la República, se convirtió en un azote para los liberales y, de paso, en un verdadero depredador de las instituciones republicanas.

Lograron superar sus odios históricos, pero después de los más de 16 años de gobierno militar, que siguió al derrocamiento del gobierno democrático y popular del doctor Villeda Morales, y ya bien entrada la segunda mitad del siglo pasado. Convinieron en puntos fundamentales, que se tradujeron en reglas tácitas para fortalecer el régimen bipartidista, favorecer el surgimiento de partidos débiles y gobernar pensando más en los intereses de los grupos poderosos que en las necesidades del pueblo hondureño.

Los nuevos partidos nunca alteraron el régimen bipartidista imperante. Bien, porque muy pronto se pusieron al servicio del partido gobernante, sea este Liberal o Nacional; o bien, porque, aunque se presentan como de izquierda, de hecho actúan como los demás, llegando, incluso, a cogobernar con aquellos a quienes acusan de extrema derecha, legitimando lo que condenan. Por eso, los mantienen con vida, aunque casi nadie vota por ellos.

La irrupción en el escenario político de nuevos partidos, particularmente LIBRE y PAC, según algunos, amenaza el bipartidismo y ven en ello una tragedia. Incomprensible temor.

La democracia no existe allí donde no hay partidos. Y es más sólida en el régimen pluripartidista porque todos los sectores logran tener su propia expresión política. Por otro lado, ante la imposibilidad de obtener mayorías aplastantes, los vencedores, para gobernar, deben convenir, con los derrotados, en reglas y cláusulas fundamentales, que operan como diques para las ambiciones de los gobernantes.

No hay duda que el bipartidismo será historia en Honduras, después de estas elecciones. Además, es probable que la correlación de las fuerzas políticas cambie dramáticamente. Será lo único que cambiará, ciertamente.

Hay quienes creen que esos partidos amenazan el statu quo, en otras palabras, el sistema de inequidad imperante. Nada indica que este amenazado, empero. Nuevos son los partidos, pero no sus dirigentes y activistas, que lo fueron de los tradicionales, desde donde ardientemente promovieron y apuntalaron ese injusto sistema. Su decisión de fundar nuevos partidos no está motivada en el deseo de cambiar el sistema, sino en resentimientos (se repite la historia) o en “agudezas”.

Quienes podrían hacer la diferencia, por su ideología, son los izquierdistas que se incorporaron a esos partidos creyendo, ingenuamente, que podían imprimirles su ideología. Sin embargo, los políticos tradicionales fácilmente lograron, con las artimañas de siempre -matreros, al fin-, sofocar sus fogosos arrestos, relegándolos a papeles subalternos, desde donde con voz apagada, insisten en sus planteamientos ideológicos, pero obedeciendo escrupulosamente las reglas políticas que no hace mucho censuraban. Si en esta etapa no fueron determinantes, menos lo serán de llegar al poder, aunque, seguramente, serán debidamente compensados, como sucedió con los de la UD. ¿Por qué temer, entonces, por el inequitativo “orden político y económico establecido”?

 

http://www.latribuna.hn/2013/10/21/bipartidismo/

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