Que sea una jornada en paz – Diario La Nación, Argentina

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Nadie puede sorprenderse por el nivel de violencia física que padece la Argentina. En los finales de una gestión de doce años, con tres gobiernos del matrimonio Kirchner que se abrieron con un discurso desmesurado para atacar al menemismo de los años noventa, al que los nuevos gobernantes habían servido con promiscuidad hasta para promover la reelección del entonces presidente, el estado del país es consecuencia lógica de la desaprensión manifestada desde lo más alto del poder político.

Los dos presidentes de este período, marido y mujer, y los responsables de la política de migraciones han dejado un Estado con fronteras indefensas, por donde se han filtrado los peores elementos que podrían haberse afincado en la Argentina. Las mafias del narcotráfico han sentado de tal manera las bases de su acción en el territorio argentino que se han apoderado de espacios urbanos por cuyo predominio libran a diario batallas entre sí. Se han apoderado, incluso, del aire, por lo que se sabe del robo de avionetas sin precedentes el año último.

Los hospitales públicos, como ocurrió días atrás en el Hospital Piñero, dan cuenta con frecuencia del desasosiego con el que deben trabajar médicos y asistentes ante la irrupción violenta de los peores elementos de la sociedad, pretendiendo dictar normas hospitalarias después de haber resuelto a tiros o cuchilladas conflictos de la marginalidad en que se debaten. Hasta personajes en principio intrascendentes de la vida urbana, como quienes por las suyas han resuelto cuidar de manera compulsiva los automóviles privados estacionados en calles de la ciudad, han sido últimamente actores de situaciones de violencia física, en particular contra mujeres.

El Estado evidencia su impotencia y desinterés en la actuación repudiable de los llamados “trapitos”, que no podrían desenvolverse, con su presencia al parecer ineludible en las proximidades de los grandes espectáculos populares, como los del fútbol, sin la connivencia de agentes de seguridad policial. La podredumbre, que no hay otro término más exacto para calificarla, se tradujo semanas atrás, según denuncias vecinales, en el apuñalamiento de una mujer en Pampa y Arcos, por su resistencia a los apremios de un miserable que le exigía cierto cobro de dinero por ocupar con su automóvil, con todo derecho, un espacio público permitido por las normas en vigor.

Los mismos personajes que aparecen en el tráfico de influencias con Irán, hoy en el centro de gravísimas imputaciones al menos políticas contra la presidenta de la Nación, han sido actores, desde los primeros días del kirchnerismo, en 2003, de actos de violencia contra comercios y empresas privadas. Grupos visibles del lado más siniestro del Gobierno, y que por años fueron una mixtura alocada de fuerzas sospechadas de complicidad con servicios de inteligencia y de colocar bombas contra entidades bancarias, comienzan a ser segregadas, en encomiable reacción, por los elementos más discretos y prudentes del oficialismo. Fue interesante registrar en tal sentido la forma desdeñosa, pero terminante, en que los registró, en un debate en el Senado de la Nación, nada menos que el jefe del bloque mayoritario, el senador Miguel Ángel Pichetto.

Un gobierno que se ha permitido compensar en términos económicos a familiares de quienes asesinaron a jóvenes soldados en el regimiento de Formosa durante el gobierno constitucional del peronismo en los años setenta, está, desde luego, desprovisto de la autoridad natural para asegurar la pacificación en la Argentina. Una carta de lectores, publicada en este diario, señalaba recientemente la obscenidad, y convengamos que la traición al honor militar, de que una placa recordara en Azul el copamiento del regimiento que en 1974 llevó al presidente Perón a ordenar la extinción de las bandas subversivas. A aquel trágico suceso siguieron otros también gravísimos, como el calvario del coronel Argentino del Valle Larrabure, secuestrado hasta morir de inanición. Su memoria ha sido ninguneada por una administración que ha exaltado, sin embargo, sucias banderas de los derechos humanos que se desconocen en el caso de quienes combatían, desde las instituciones de la defensa nacional prevista por la Constitución de los argentinos, por órdenes de la autoridad política, entonces en manos de un gobierno también de origen peronista.

Hoy, en las calles de Buenos Aires y en todos los rincones del país y del exterior en que la ciudadanía se una en la expresión de silencio colectivo y de homenaje por el fiscal Nisman, no debe haber un solo hecho, una sola palabra de fractura con la vocación por la paz en la Argentina. Si todo ha sido violentado en estos doce años, hasta la credibilidad mínima que ha de haber siempre en las estadísticas oficiales sin las cuales un Estado pierde respeto ante sus propios habitantes y el honor a ojos de la comunidad internacional, la marcha de hoy debe configurar la idea de que hay otra Argentina posible y distinta.

Nada tenemos que ver con la que vaga sin rumbo ni destino, y sin otra compañía que la de gobiernos quebrados en la moral, la política y la economía, como la Venezuela violenta y opresiva de los Chaves y los Maduro.

La Nación

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