Normalizando las relaciones con Cuba: ¿Ha aprendido EEUU la lección? – Por Nelson P. Valdés

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Traducción: Raúl Fergo

Antes de 1898 Cuba era una nación sin un Estado. Tenía una situación colonial, pero también tenía una cultura e identidad nacional en evolución, un sentimiento de cubanía emergente y una historia propia. El gobierno era ejercido por España a través de su sistema imperial. El país aún no estaba socialmente integrado. La esclavitud se había mantenido hasta 1886. A la vez, la lucha por la independencia nacional coincidió con la lucha contra la esclavitud. Por otra parte, todos los cubanos eran cubanos de primera generación con un sentido de identidad nacional único y con símbolos propios, que habían surgido en oposición al estatus imperante y a los poderes asignados por el régimen colonial español.

Entre 1898 y 1934 las instituciones jurídicas y las prácticas políticas / administrativas de Cuba, fueron determinadas en última instancia por el gobierno de Estados Unidos. Bajo este sistema neo-colonial, Estados Unidos adquirió bases militares y otras concesiones que se lograron mediante la inserción forzosa de la Enmienda Platt en la Constitución cubana, mientras la isla estaba bajo la ocupación militar, en los años 1898-1902.

Cuba tenía entonces un territorio bien definido y un estado y un gobierno cubanos. Pero el Estado no tenía el poder de tomar sus propias decisiones debido a la Enmienda Platt y el control económico, político y cultural ejercido por los Estados Unidos. Este era un control colonial diferente al que Cuba había experimentado bajo mandato español, porque había ahora algo similar a una autonomía, una situación parecida a la del Estado Libre Asociado que mantiene Puerto Rico hoy. En resumen, lo más parecido que había en Cuba a un agente soberano era el embajador de Estados Unidos.

Entre 1934 y 1959, Cuba fue un estado-nación con soberanía limitada. Durante los años de gobierno Franklin Delano Roosevelt la segunda República cubana abolió la Enmienda Platt, con el consentimiento de los Estados Unidos poniendo así fin a la era del control formal estadounidense. Estos cambios convirtieron a Cuba en una república moderna semi-independiente, pero los Estados Unidos ejercían un control directo sobre la clase política y el Ejército cubanos. La influencia indirecta entró en Cuba a través de la presencia corporativa de EEUU, las escuelas, los clubes sociales, las integración militar y las técnicas de la publicidad moderna, y por supuesto, a través de la ciencia, la tecnología, los productos culturales y el mercantilismo.

Estados Unidos frenó la autodeterminación de Cuba hasta los límites de lo permisible (una situación similar a la de República Dominicana). Por extraño que parezca, durante este período, que coincidió en sus orígenes con la adopción del New Deal de la economía keynesiana, el Estado cubano intervino abiertamente en el funcionamiento del no tan libre mercado interno de Cuba. El control económico era ejercido por el gobierno de Estados Unidos a través del sistema de cuotas azucareras, posible gracias a la Ley Jones Costigan de 1934, así como por los acuerdos comerciales, los inversores extranjeros y los “asesores” políticos y económicos. Todo esto era respaldado domésticamente por un aparato político y militar, que preservaron los acuerdos neocoloniales, esencialmente a través de la diplomacia de las cañoneras, que los marines estadounidenses habían garantizado previamente.

Desde 1959 la nación cubana tiene un Estado soberano y un gobierno sin control extranjero. Pero lograr esa soberanía conllevó costos enormes para la independencia nacional, pues EEUU organizó actos coordinados y multifacéticos de interferencia que incluyeron bloqueo económico, propaganda masiva, promoción de una oposición interna (“disidentes”) y de una oposición externa concentrada en Miami. Por consiguiente, Cuba es un Estado-nación soberano, pero apremiado permanentemente y bajo unas relaciones anormales con su gran vecino. El gobierno de Estados Unidos impuso esta situación como el precio a pagar por un pequeño país que desee verdaderamente ser independiente.

La soberanía nacional cubana significó la autodeterminación en áreas de la política, la economía, la sociedad, la cultura y la política exterior. Las políticas orientadas nacionalmente implicaban una ruptura con los esquemas tradicionales y una revolución social, económica, política y cultural, así como la independencia en las relaciones exteriores.

Dentro del gobierno de Estados Unidos y en grandes sectores de la sociedad estadounidense, la autodeterminación nacional cubana fue equiparada con el antiamericanismo. Sin embargo, el movimiento revolucionario nunca fue anti-estadounidense; sino que apuntó contra el control neocolonial impuesto por Estados Unidos. Comportándose como una potencia colonialista, los Estados Unidos interpretaron el derecho a la libre determinación como una amenaza para sus propios intereses en Cuba.

La Revolución cubana ha intentado construir un nuevo Estado-nación con instituciones gubernamentales y estatales unificadas y centralizadas, que se sostienen ​​en una ideología nacional única derivada de los conceptos de solidaridad y defensa de los países y pueblos menos desarrollados del mundo.

La construcción de la nación ha sido entendida por los cubanos como un proceso social, político, económico y cultural en el que las decisiones las toman una población activa y grupos e instituciones organizados. Esto implica un proceso de descolonización que toma el control de sus sistemas vitales, lejos de intereses extranjeros. Por el contrario, EEUU ha equiparado la descolonización o nacionalización de las instituciones cubanas al comunismo.

El nacionalismo cubano en términos económicos significa la creación de una economía en la que los principales recursos están bajo control de los cubanos y de su Estado. Eso significó la nacionalización de los medios de producción. La nacionalización afectó las inversiones extranjeras en la isla. Esto fue visto por Estados Unidos como un ataque contra el capitalismo, incluso cuando los medios de producción fueron transferidos a capitalistas cubanos.

El nacionalismo cubano en términos políticos significa que los revolucionarios cubanos resaltaron el derecho a la soberanía, incluido el derecho a la no injerencia en los asuntos internos de la isla. “Cuba para los cubanos”, sonaba muy parecido a la reacción sureña frente a los “Carpetbaggers” del Norte tras la guerra civil en Estados Unidos. Los cubanos hicieron hincapié en que la soberanía implicaba la igualdad de las naciones. Pero el gobierno de Estados Unidos reclamaba el derecho de decirle a los cubanos cómo debían organizar su propio país. Por extraño que parezca, el movimiento a favor de los derechos estatales en el Sur profundo [a pesar de la diferencia sustancial en materia de justicia e igualdad] tenía una fuerte similitud con los argumentos de Cuba para su autodeterminación.

El nacionalismo cultural además acarreó en lo cotidiano que los revolucionarios proclamaran que los productos cubanos eran iguales a los productos estadounidenses [la oferta de Coppelia vs la de Baskin Robbins], “Lo cubano es bello” se convirtió en un sentimiento apegado a la independencia cultural. En 1959 los capitalistas cubanos anunciaban: “Consuma productos cubanos”.

Por supuesto, estas políticas devinieron en conflicto con Estados Unidos, que consideraba al Caribe como su patio trasero. La Doctrina Monroe, proclamada unilateralmente por Estados Unidos en 1823, establecía el derecho de Estados Unidos para decirle a Latinoamérica lo que era mejor para la región.

Lo que los cubanos consideran un derecho a la libre determinación, para Estados Unidos era “subversión comunista” y penetración soviética en su esfera de influencia. Implícita en esta política hacia América Latina estaba la suposición de que los intereses regionales debían coincidir con los intereses de Estados Unidos.

EEUU encontró aliados dentro de Cuba que se identificaban con los intereses estadounidenses, pero eran sobre todo de las clases altas que se habían beneficiado en el pasado de las relaciones con Estados Unidos. EEUU y sus aliados en América Latina hablaron del panamericanismo, pero al sur de su frontera ha habido, desde la década de 1820, un latinoamericanismo basado en un concepto diferente de la unidad hemisférica – uno entre iguales y sin el dominio de Estados Unidos.

Estados Unidos vio cualquier intento de independencia nacional, liberación nacional o revolución social, tanto en Cuba como en América Latina, como un anticapitalismo (que significa comunismo) y un desafío a su hegemonía hemisférica, y cualquier gobierno que desafiaba este estado de cosas era calificado de “dictatorial” y pro-soviético. EEUU intentó ocultar sus intentos de recuperar su control sobre Cuba bajo el manto de la lucha contra el comunismo y la defensa de la “democracia” y se alió con esas clases y sectores dentro de la clase alta cubana, opuestas a la revolución socio-económica y política.

Los revolucionarios cubanos reaccionaron identificando el estatus neocolonial previo con el control estadounidense y el capitalismo estadounidense, y por lo tanto optó por una posición anticapitalista, que se identificó como socialismo.

La independencia nacional y el socialismo terminaron significando lo mismo. Los revolucionarios cubanos ataron su destino a las clases bajas, los trabajadores y los pobres, quienes se beneficiaron al máximo del cambio drástico en las relaciones de poder.

Hoy, Cuba y una parte significativa de América Latina están construyendo numerosas alianzas, instituciones y programas que eventualmente podrían convertir la región en esa gran nación del Sur, mientras que Estados Unidos parece incapaz de comprender lo que sucede en otras partes del hemisferio. Por lo tanto, los errores cometidos contra Cuba continúan repetiéndose en otros lugares.

El gobierno de Estados Unido decidió una vez más tener relaciones diplomáticas formales con Cuba, que se restablecerán este 14 de agosto. Sin embargo, la mayoría de las restricciones económicas y comerciales impuestas desde los años 60 del siglo pasado, no han llegado a su fin. Esperemos que eso cambie en el futuro inmediato. Para entonces habrá que esperar y ver si la intervención norteamericana en los asuntos internos de Cuba también finaliza. Si eso sucede, entonces se iniciaría realmente un nuevo período en la historia del Hemisferio.

Nelson P. Valdés. Profesor Emérito de la Universidad de Nuevo México.

Cuba Debate

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