Mapa del empate violento en Venezuela – Por Marco Teruggi

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Agudizar la violencia y sus formas. Es la táctica elegida por la derecha para intentar quebrar el empate actual.

Esto se ha traducido en dos metodologías centrales. La primera es la persecución de chavistas. El abanico desplegado es grande: hostigamiento por redes sociales, marcaje de casas, agresiones en la calle en Venezuela y en el extranjero, linchamientos, expulsión de lugares públicos como restaurantes, centros comerciales, prohibición de circular por zonas tomadas por la derecha. Todo aquel que sea parte de la “dictadura” se transforma en posible blanco. Tiene su justificación: es una “guerra por la libertad”. Y se basa sobre el sentimiento poderoso y destructor del odio, la negación del otro.

Lo que ha generado polémicas en el interior de las filas de la derecha. Algunos han incentivado la persecución, otros ‒por saber las consecuencias o por diplomacia‒ la han cuestionado. El consenso entre su base social activa, la que protagoniza las acciones de calle, parece mayoritario: festejan.

La segunda forma que se ha abierto y profundizado es el despliegue de metodologías y células paramilitares. Se trata de un cuadro que se multiplica en varios estados, como Mérida, Táchira y Barinas. El objetivo allí es ocupar el territorio a través del control ‒por la fuerza/terror y luego la cultura‒ del transporte, el comercio, el contrabando, las reglas del día a día de la sociedad. Las acciones desplegadas responden tanto a la actual táctica de la derecha, como a la perspectiva de control social a mediano plazo. Ambas se cruzan en una alianza de intereses políticos y de clase: paramilitares, ganaderos, partidos de derecha como Voluntad Popular y Primero Justicia.

En el caso de Táchira se han combinado mensajes periódicos de paramilitares a la población a través de volantes o redes sociales, amenazas y represalias a comerciantes que abran y transportistas que lleven pasajeros o comida, toques de queda, y ataques a cuerpos de seguridad, como el más reciente incendio del Cuartel del Ejército en La Grita. Se trata de un cuadro que se extiende en su metodología a otras zonas del país. La misma noche del incendio en La Grita tuvo lugar un ataque sobre la guarnición de la Guardia Nacional Bolivariana en Los Teques. El análisis se puede extender a Lara, Carabobo, San Antonio de Los Altos, donde, en este último caso, han tenido la zona controlada con fuego y plomo durante varios días.

Por último, sigue el asesinato de chavistas de base, dirigentes locales. El último caso es el de Pedro Josué Carrillo, quien fue secuestrado en Barquisimeto ‒“móntalo porque este es chavista”, dijeron al hacerlo subir a la camioneta‒ y apareció muerto este jueves en Quibor con signos de tortura.

¿Quiénes cometen estas acciones? Resulta difícil precisarlo en cada caso, las fronteras son borrosas entre células paramilitares, jóvenes sin entrenamiento pagados para saquear y confrontar con la policía, zonas intermedias ‒preparados para el choque callejero, pero no para un control de territorio‒, personas que se suman espontáneamente ante el cuadro de saqueos, opositores guiados por un odio de casi veinte años. Pero es claro que el abanico de acciones y blancos responde a un plan preciso. Nada está librado al azar, ni siquiera el odio que genera actos predeciblemente impredecibles.

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Dos preguntas se desprenden de este cuadro. La primera es la de saber si esta implementación de metodologías de terror sobre la población, ataques de carácter militar, y aumento de víctimas, pueden efectivamente quebrar el empate. Al parecer no. Al menos que logre generar el apoyo popular al intentar convencer, como lo hacen, que todos estos actos de violencia y muerte son una acción del chavismo a través de sus “colectivos” o fuerzas de seguridad. No parece darse. El resultado es que a más de un mes de iniciada la escalada callejera ha crecido la cantidad de paramilitares ‒esta semana ingresaron 20 más a la ciudad de Guasdualito, Apure‒ el odio, la persecución, el rencor, los muertos ‒casi todos jóvenes‒ pero no así la cantidad de gente sumada a las filas de la derecha en sus movilizaciones. No son más que antes, su legitimidad tampoco.

Dependen entonces, más que nunca, de una intervención mayor del frente internacional, o de un anhelado levantamiento militar. Esta escalada busca desencadenar una de esas dos variables. La reunión de Juan Manuel Santos con Donald Trump el pasado jueves, las declaraciones y sanciones contra ocho miembros del Tribunal Supremo de Justicia, van en esa dirección. Por eso aprietan y aprietan con la violencia.

La segunda pregunta es: qué país se crea con cada uno de estos actos, qué se deshace de la sociedad y de nosotros mismos en cada linchamiento, cada imagen sangrienta que circula por redes sociales, cada comerciante que es amenazado, transportista secuestrado, cada muerto. ¿Cómo se sigue? Las consecuencias no son solamente inmediatas como parte del intento de golpe de Estado, sino también a mediano plazo. Qué hará, por ejemplo, la derecha con los paramilitares desplegados y con control de territorio si llega a tomar el poder político. ¿Su plan es el modelo mexicano?

El chavismo

El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) fue para intentar desandar esa agenda de la derecha, y obligarla a regresar al ámbito del debate y las elecciones. La respuesta de su dirigencia y su base social movilizada fue el rechazo absoluto: el que acuda al llamado del gobierno será un traidor. Harán entonces lo posible por quitarle legitimidad, validez, hacerla ver como una operación del chavismo por mantenerse en el poder, no convocar a elecciones regionales, modificar a su conveniencia la Carta Magna.

Planteadas así las cosas de la Constituyente, y ante el cuadro de violencia desatado, el chavismo tiene un desafío nodal: abrir las puertas de la ANC a la participación popular. Eso significa abandonar la práctica política ya tan instalada por parte de un sector mayoritario de la dirección de funcionar con dedocracia y tutelaje. ¿Podrá hacerlo? La costumbre de anular todo aquello que no se controla ha permeado hasta los huesos su práctica política. Y un proceso constituyente, “el poder originario”, debe ser justamente una apertura, una multiplicación de iniciativas que escapan a la rigidez burocrática, una expresión masiva de la gente. Es la única manera. De lo contrario se transformará en una jugada más de ajedrez para negociaciones y cuotas.

¿Cómo abrir el juego, hacerlo generoso, participativo? Existen iniciativas que han comenzado a multiplicarse en varios puntos del país. Como un modo de retomar el espacio público, de escucharse, volver a las asambleas, construir una hoja de ruta con propuestas, candidaturas de base, recomponer fuerza, invitar a quienes se han alejado, darles espacio, procesar las críticas, los cuestionamientos que han generado desencanto y hastío. Una ANC no puede ser para replicar los Congresos de la Patria ahora rebautizados. Es la oportunidad de reencontrarse en clave amplia. Para eso, entre otras cosas, parece haberla convocado Nicolás Maduro.

Los primeros pasos en esa dirección dan resultado: los vecinos se acercan, plantean debates, iniciativas, quieren multiplicar foros, debates, ocupar el espacio público. En esa dirección parece estar una de las claves, el chavismo, en las bases, está dispuesto a dar la pelea.

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El proceso para la ANC permite hacer política. Eso, en este momento es vital. ¿Qué pasa sin embargo con el momento de consulta electoral? ¿Cómo legitimar la Constituyente sin que sea refrendada en su inicio ‒es decir el mismo llamado‒ o en su propuesta final? Negar ese paso sería legalmente posible, pero seguramente un error político. Si se tomara la decisión de cerrar esa instancia, y el proceso constituyente resultara psuvista, entonces la ANC quedaría fuertemente deslegitimada. El terreno se achicaría para el chavismo, se agrandaría para la violencia y el desencuentro nacional.

En cuanto a las elecciones regionales el cuadro sigue incierto. Algunas declaraciones afirman que tendrán lugar. La realidad es todavía especulativa. ¿Serían una posibilidad de descompresión? La derecha solo quiere, repitió, elecciones generales adelantadas.

¿Ni de un lado ni del otro?

Resulta difícil mantenerse indiferente ante lo que hoy sucede. Se puede, eso sí, sentirse ajeno a la disputa, verse inmerso en una espiral de violencia difícilmente comprensible dada la brutal arquitectura comunicacional y la falta de información. Y porque la situación económica no se estabiliza, y los precios suben. El congelamiento ‒por fuera del debate de la pertinencia o no de una acción de ese tipo‒ es un pedido masivo: si no se logra frenar la escalada de precios resulta difícil pensar en una reconquista de mayoría por parte del chavismo.

¿Cuántos son parte de ese sector? ¿Cuántos millones de personas no están cansadas de las movilizaciones y observan el desarrollo de los acontecimientos? En cuando a la traducción electoral, es difícil saberlo, aunque, por la tendencia que viene con anterioridad y los resultados de diciembre de 2015, el descontento y agotamiento parece convertirse en abstención o en voto a la derecha. ¿Qué libertad de voto existe cuando se somete a una población a una asfixia sin posible punto de escape?

Mañana

La derecha intenta generar una acción de gran magnitud que quiebre la correlación, escalar en las formas de la guerra a través, por ejemplo, de control sostenido de territorios como en San Antonio de Los Altos. El chavismo busca la llave para regresar al terreno del diálogo y reacumular fuerzas. El empate sigue, con las víctimas, la incertidumbre, la violencia, el cansancio, el hostigamiento, los escenarios arrasadores.

Por fuera de las zonas de conflicto ‒que vistas en un mapa son pequeñas‒ los asuntos cotidianos continúan como antes, marcados por la dificultad económica, diferentes niveles de organización, la vida en tiempos de esta guerra/crisis que se hizo normalidad. La realidad en los barrios no se ha alterado, salvo cuando la derecha, a través de algunas de sus formaciones de choque, ha intentado alguna incursión que, casi siempre, finalizó con destrozos y muertos. Allí no hay persecución a chavistas, enfrentamientos violentos, no se manifiesta el odio político que es, en el fondo, de clase.

Las hipótesis están abiertas. ¿Se desgastará la derecha con tanta violencia? ¿La condenará parte de su propia base social o la celebrará como un sector de San Antonio de Los Altos, convencido de su “épica por la libertad”? ¿El chavismo logrará reacumular fuerzas y volver al encuentro masivo a través de la ANC? ¿La elección de los constituyentes será grande o mostrará una crisis con poca participación, dejando aún más desencuentro y odio? ¿La derecha irá a destrozar centros de votación ese día? ¿Estados Unidos dará un paso decisivo que rompa la correlación de fuerzas? ¿Los rusos, que volvieron a pronunciarse, lo permitirán? Se podrían agregar varias interrogantes más. La lista es larga. Comprender esta realidad para actuar sobre ella es imprescindible. Se nos va un país en ello.

(*) Licenciado en Sociología. Cronista y periodista.

TeleSur

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