Colombia: el drama de las indígenas transgénero expulsadas por sus propias comunidades

Sólo sobre las calles del pueblo cafetero de Santuario, en Risaralda, las indígenas Embera Chamí con identidades de género diversas pueden ondear sus faldas y, entaconadas, rebelarse contra su propia cultura. Mientras que en Uribia, en La Guajira, las wayuu trans pasan sus días en casas de barro y palo que construyen en medio de un desolado desierto para tener la tranquilidad de poder ser. En ambos casos huyen de las escopetas, los incendios y los huecos de tierra con los que sus propios pueblos las amenazan para “devolverlas a la naturaleza”.

Ser indígena y transgénero es un doble abandono en un país donde estos grupos –por separado– han sido históricamente excluidos y marginados. Las agendas sobre diversidad sexual no han abordado el tema, y mucho menos las políticas del gobierno. Así lo manifiesta Eduardo Montoya, presidente de la Fundación Plataformas, quien alerta de la creciente población de chicas trans que han escapado de sus resguardos para asentarse en Santuario, en el departamento de Risaralda.

No tiene estadísticas exactas, pero en las entrevistas realizadas como parte de un estudio que la fundación adelanta para la Gobernación de Risaralda, tienen un conteo estimado de entre 20 y 30 indígenas trans, que cada sábado bajan de los campos desde las montañas para expresarse en libertad en el pueblo, donde sus derechos son más reconocidos que en las comunidades donde las arraigaron.

Santuario es un pequeño municipio de cafeteros, el único del departamento que no tiene zonas de resguardos indígenas, solo prima la autoridad judicial. Por eso, las chicas se resguardan en sus viejas esquinas de casas coloniales para que no las capturen. De lo contrario, tendrían que padecer enterradas en un agujero en la tierra por días, sin importar el clima o los animales, hasta que se les salga el “demonio” que las convirtió en trans.

Eso piensa la guardia indígena, aun sin entender realmente lo que significa el transgenerismo. “No es natural que un hombre se convierta en mujer, ni que una mujer se convierta en hombre”, ha advertido Martín Siagama, gobernador indígena del resguardo unificado de Pueblo Rico. Desde allá viene huyéndole Leidy. Salió hace dos años, cuando tenía 15.

Tendrían que padecer enterradas en un agujero en la tierra por días, sin importar el clima o los animales, hasta que se les salga el ‘demonio’ que las convirtió en trans

La semana pasada casi se la llevan. Las autoridades locales tuvieron que intervenir en un operativo de caza que organizaron los indígenas para secuestrarlas y llevarlas a territorio bajo su jurisdicción. Ni la policía podría rescatarlas de allá. “Las chicas están siendo enviadas a los límites con Chocó para “exorcizarlas”, porque según sus creencias es un demonio el que las obliga a comportarse así. Y que, además, lo adquirieron por su contacto con los blancos; o sea nosotros”, cuenta el activista LGBT.

Por eso se van. Eso dice Leidy que es un poco tímida al hablar, o quizás desconfiada. Aunque ya no le tiene miedo a las miradas. En la Iglesia del pueblo las recibe todo el tiempo cuando pasa por su frente mediando la cadera. Como ella, las otras indígenas se van de su comunidad cuando tienen entre 13 y 18 años, edad “suficiente” para valerse por ellas mismas.

Leidy todavía recuerda que estando muy pequeña robó la ropa de su madre y se la puso. Su madre la pilló y le quitó la vestimenta a golpes. “Desde pequeña sabía que me gustaban los hombres”, se justifica. Por eso escapó una noche todavía vestida de hombre, para no levantar sospecha. Y fue en Santuario donde pudo ejercer su libre desarrollo de la personalidad, y comenzar su transformación.

Los fines de semana son mujeres coquetas, de pantalones cortos y blusas ombligueras. Y los días de semana son hombres de manos delicadas que recogen las cosechas de café en los campos. Al día se hacen unos 25 mil pesos (9 dólares), todo se lo gastan el fin de semana siendo libres: bailando, tomando y fumando marihuana.

Los fines de semana son mujeres coquetas, de pantalones cortos y blusas ombligueras. Y los días de semana son hombres de manos delicadas que recogen las cosechas de café en los campos

Pero la Embera Chamí no es la única comunidad indígena donde se han registrado casos de mujeres transgéneros. En otro pequeño pueblo, más bien desértico, llamado Uribia, también se ven. Es uno de los 15 municipios que conforman el departamento de La Guajira. Tiene una población de unos 152 mil habitantes, donde el 98% son indígenas wayuu.

Estas comunidades viven en rancherías a muchos kilómetros del casco urbano. Casi nadie llega allá. Ni el Gobierno. Pero hay una fundación que trabaja por la población LGBT del municipio: Wanejana Wayaa que en lengua wayuunaiki significa ‘somos diferentes’. Ellos han reportado casos de indígenas trans, aunque tampoco tienen cifras exactas.

Y de ellas los reportes son escasos. Lo que sí han documentado son un sin número de violaciones contra los derechos de las personas LGBT, de las cuales hay muchas víctimas indígenas provenientes de Uribia, Maicao y Manaure. Pues al ser un territorio indígena, priman las culturas y creencias de sus pueblos. Y con ellos, las mismas prácticas de castigo.

Hay un caso registrado por el portal Las 2 Orillas en 2016, como parte de su proyecto ‘Sanar Narrando’, sobre una indígena trans de entonces 76 años llamada Jorgina. Según cuenta ella misma en el documental, su nombre de nacimiento era Jorge. Desde niña supo lo que era, y su padre intentó de muchas formas, incluso violentas, “corregirla”. Un día la apuntó borracho con una escopeta, pero se arrepintió de matarla.

Bajo cualquier amenaza y rechazo, se transformó en mujer wayuu usando la típica manta guajira, que es una especie de talego hasta los tobillos, de colores y tejidos tradicionales; y con sandalias tres puntadas. Estando así, un día sus vecinos prendieron su casa con fuego, con ella adentro, para obligarla a irse de la ranchería. Perdió todo, así que se fue. Desde entonces vive en medio de la soledad de un desierto que a varias cuadras a la redonda solo tiene su choza de barro.

El VIH y otros problemas

Distintas organizaciones LGBT como Caribe Afirmativo han manifestado que a la ya de por sí posición de discriminación de indígenas transgéneros, se le suman otra serie de dificultades como la pobreza y la falta de educación para acceder a un trabajo de calidad. Sobre eso también está de acuerdo la Gobernación de Risaralda, que señala que uno de los problemas más graves que tiene hoy Santuario es el aumento de casos de VIH positivo.

“Esa es una de las mayores preocupaciones de la Fundación. No hay un uso adecuado del preservativo y, además, las chicas están siendo explotadas sexualmente. Han aumentado los casos en los departamentos de Risaralda y Caldas; pero no tenemos cifras exactas. A eso se le añade un problema cultural en el que los indígenas no usan anticoncepción porque dicen que impiden la reproducción natural; y otro de diagnóstico, porque no tienen acceso al sistema médico”, explica Montoya. Lo mismo pasa con la comunidad Wayuu en La Guajira, que se resisten al uso de condón por la falsa creencia de que pueden desaparecer la etnia.

De ahí la necesidad de construir estrategias de comunicación con las autoridades indígenas para informarlos y desaprender preconcepciones sobre la población LGBT y sobre algunas prácticas que atentan contra su integridad física. El problema es que los resguardos son casi imposibles de abordar, porque sus habitantes se niegan a dejar entrar a los blancos. Dice Eduardo Montoya, presidente de la Fundación Plataformas.

“Para poder reivindicar los derechos de estas chicas, primero hay que hacer una caracterización de la población, sobre la cual no hay total claridad. Luego sí comenzar a capacitar a las personas, generar espacios de reconocimiento de derechos humanos. Todos somos diversos, esa es la real naturaleza. Y campañas de prevención contra la discriminación, la violencia y el VIH”, expresa Montoya.

Para eso, las organizaciones LGBT han alzado la voz en la urgencia de políticas públicas, planes de desarrollo y acciones estatales que aseguren –como es su labor– los derechos de todos sus ciudadanos. Así las indígenas trans no tendrán que esconderse en campos de café ni en desiertos solitarios.

Infobae


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