Afrodescendientes en América Latina: entre la negación y la exclusión social

Son aproximadamente unos 150 millones de afrodescendientes en Latinoamérica y el Caribe, lo que equivale a un tercio de su población total. La importancia numérica de la diáspora africana en esta parte del continente es tal, que la Unión Africana le dio entidad como la sexta región. Sin embargo, la presencia de estos habitantes y el aporte cultural que representan no han sido reconocidos por ningún país, sino que, por el contrario, los descendientes de este grupo fueron marginados y excluidos sistemáticamente de las políticas gubernamentales. . “En casi todas partes, esta población es víctima de discriminación racial y exclusión, razón por la cual sufre grandes privaciones económicas y sociales, al igual que ocupa un número mucho menor de cargos directivos en la sociedad que los alberga”, asegura Diego Buffa, director del Programa de Estudios Africanos del Centro de Estudios Avanzados (CEA) de la Universidad Nacional de Córdoba.

Dentro de este grupo, incluye no sólo a los descendientes de los africanos esclavizados traídos en forma no voluntaria a América latina y el Caribe durante el período colonial, sino también a un nuevo conjunto de africanos que -aunque minoritario en relación al primero- llegaron y siguen llegando, en forma voluntaria o cuasi-voluntaria, en busca de una mejor situación económica o por razones políticas, desde finales del siglo 19 a esta región, y cuyos descendientes forman parte de la población americana.

Mucho tiempo atrás

Los orígenes de la situación que atraviesan los grupos afrodescendientes se remontan al proceso de consolidación nacional y a la creación de un concepto único de cultura, es decir, una única nación con una identidad homogénea. La terminología dicotómica que se utilizó en esa época, que calificaba al grupo dominante de civilizado y a los otros de bárbaros, dejó poco espacio para la tolerancia o para la construcción de un espíritu de multiculturalismo. “Los que eran distintos al grupo dominante -señala Buffa- a menudo fueron víctimas de un trato racista, porque el mero hecho de que fueran diferentes se consideraba una amenaza en función del concepto de un Estado monolítico”.

Esto llevó a una política de aculturación que se centró en la ideología europea del Estado-Nación, sumado a la imposición de una lengua europeo-homogenizant para el conjunto de la población. ¿El resultado? La amplia negación del valor de la cultura y la identidad de los grupos no europeos, sin que éstos pudieran, por razones de pobreza y de discriminación racial, tener real acceso a la nueva cultura que promovía el grupo dominante. En este proceso se dejó muy atrás a los grupos afrodescendientes, a los que se suman también a las comunidades originarias.

A su vez, si bien las constituciones nacionales de la mayoría de los países latinoamericanos -bajo una fachada universalista- propician la igualdad de sus ciudadanos ante la ley, en la realidad ocurre que ese discurso declamatorio no logra revertir las inequidades objetivas que aún persisten en estas comunidades.

La disociación en la práctica

Esta disociación entre discurso y práctica se hace evidente en el hecho de que, hasta hace muy poco, los afrodescendientes no eran tenidos en cuenta al momento de contabilizar los habitantes de la región. Recién a partir de 2000, algunos países comenzaron a considerar en sus censos la cuestión de la raza como una variable a analizar. Aun así, Buffa explica que el recuento de esta población sigue siendo inexacto debido a varios factores. Entre ellos, que los países que realizan este tipo de sondeo tienen diferentes clasificaciones en base a la raza o grupos étnicos, y que éstas, además, varían de un país a otro; o a la identificación étnica, en donde el entrevistado es el que se adscribe a algún grupo. Esto dificulta poder identificarlos adecuadamente. “Por ejemplo, en Brasil, al entrevistado se lo reconoce por el color o la raza, mientras que en Costa Rica, por su cultura; en Honduras, por el grupo poblacional al que pertenece, y en Ecuador se le pregunta a la persona cómo se considera”, grafica. En el caso de Argentina -y el de muchos otros países de la región, como Chile, El Salvador, México y Paraguay- ni siquiera se incluye en los censos la posibilidad de identificarse como afrodescendiente (sólo se le pregunta al entrevistado sobre su filiación étnica pero en relación a los pueblos originarios).

La falta de datos fidedignos sobre la cantidad de afrodescendientes y su situación socioeconómica trae como consecuencia que no existan políticas adecuadas destinadas a mejorar la calidad de vida de estos grupos. Así, pese a que los países que más avances han hecho en este sentido -determinar las necesidades para luego darles solución- son Colombia, Brasil y Costa Rica, las estadísticas siguen evidenciando una cruda realidad. Entre los afrocolombianos, por ejemplo, el 80 por ciento posee sus necesidades básicas insatisfechas, el ingreso per cápita es del equivalente a una tercera parte del promedio nacional, y de cada mil niños afrocolombianos que nacen, 151 mueren antes de cumplir un año, frente al promedio nacional que es de 39 por cada mil niños.

En Argentina, históricamente se negó la existencia de africanos o se postuló que numéricamente fueron tan pocos que desaparecieron muy rápidamente durante el siglo 19. Esa comunidad constituyó una población importante en la época de la colonia, y que los centros más importante de la Argentina fueron Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán y Buenos Aires. “En el caso de Córdoba, se dio un proceso de blanqueamiento, dado a partir de la estigmatización que significaba ser o haber sido descendiente de esclavo. Un hecho que se trató de ocultar socialmente, incluso en la propia familia. “, señala. A la par, recuerda Buffa que en la Universidad Nacional de Córdoba, durante la colonia e incluso mucho tiempo después de declarada la independencia nacional, se exigía la pureza de sangre para ingresar a la casa de estudios, situación que se revierte recién con la Reforma Universitaria de 1918.

Aunque numéricamente la raza negra fue significativa en Argentina, hoy resulta muy difícil saber qué queda de eso. Un avance importante en la identificación de estas comunidades en este país fue la encuesta piloto realizada en 2005 en dos barrios (Montserrat, en Buenos Aires, y el de Santa Rosa de Lima, en Santa Fe. Los innumerables problemas a los que se enfrentan los afrodescendientes y la evidente falta de oportunidades ha llevado a que, en los últimos años, este grupo cobre protagonismo social y político, alzando su voz en conferencias y reuniones internacionales para reivindicar su situación de postergación y abandono.

A nivel de creación de espacios institucionales supranacionales, la búsqueda conjunta de medidas que lleven a la inclusión de estos grupos en sus respectivas sociedades tuvo un momento clave en 2003, con el 1º Encuentro de Parlamentarios Afrodescendientes de las Américas y el Caribe organizado en Brasilia. Pero su punto cumbre fue en 2005, con la creación del Parlamento Negro de las Américas, un foro de diputados y senadores que buscan actuar como elemento de presión en los distintos Estados de la región para que se apliquen políticas conjuntas vinculadas a revertir la situación de inequidad de estas comunidades. Otro aspecto que se considera importante para revertir la situcación de estas comunidades es la realización de censos con referencia a lo identitario o la raza, un instrumento sobre el que se ha avanzado significativamente en países como Brasil, Colombia, Costa Rica y Ecuador. Aunque, ciertamente, aún faltan acordar criterios para poder realizar una muestra fidedigna de toda la región en su conjunto.

Desigualdades en otras áreas

Los estudios realizados por Diego Buffa sobre las comunidades afrodescendientes evidencian importantes niveles de desigualdad social en materia de salud, educación y economía en toda Latinoamérica.

Infraestructura y políticas de salud: Las enfermedades más frecuentes que exhiben están relacionadas con las condiciones insalubres de los lugares donde viven; además, presentan altos niveles de deterioro ambiental, uso de aguas contaminadas y mala ubicación de los desechos sólidos, lo que termina empeorando significativamente su calidad de vida.

Desempleo y subempleo: Se manifiestan como crónicos en gran parte de la población económicamente activa. El ámbito laboral continua aún restringido, estrechamente ligado a factores de exclusión, producto de la discriminación y del escaso nivel de instrucción al que puede acceder la mano de obra afrodescendiente. Así, el acceso a los altos empleos y los mejores salarios están prácticamente vedados a ellos.

Educación. La tasa de analfabetismo en la población afrocolombiana es superior al promedio nacional tanto en el ámbito rural (43% frente al 23% nacional) como urbano (20% frente al 7.3% nacional). De cada cien jóvenes afrocolombianos, dos reciben educación superior, sumando a esto una infraestructura educativa insuficiente en las regiones de mayor presencia negra en el país. Este cuadro de situación, con matices, se repite en el resto de América latina.

* Basado en el informe de http://www.unciencia.unc.edu.ar/citydesk/5340Pese-a-que-conforma-un-colectivo-importante-en


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