Fernando Haddad, candidato presidencial de Brasil por el PT: “Ahora estamos entrando en un periodo de vacas flacas. Pero creo que la verdadera prueba de la izquierda es gobernar en épocas así”

Fernando Haddad: el heredero de Lula

Por Camila Morales

Desde una sala anexa a su gabinete, localizado en el viejo centro de São Paulo, Fernando Haddad monitorea la capital más grande de Suramérica con la ayuda de enormes pantallas. El escenario, a pesar de ser tecnológicamente sofisticado, demuestra la complejidad que es gobernar una ciudad de 12 millones de habitantes en la que, en realidad, respiran más de 22 millones de personas, si se tiene en cuenta toda esa enorme mancha que se conoce como el área metropolitana.

Las imágenes cambian de acuerdo con los afanes del día, pero en el momento en que esta reportera entra en la escena, una de las pantallas acompaña el tráfico, otra emite alertas de riesgo de inundación y una tercera –la única que no es tocada por nadie, a pedido de Haddad– muestra el flujo de personas en Cracolandia, el área del centro en donde se concentran los consumidores de crack y otras drogas pesadas (una especie de calle del Cartucho –hoy el Bronx–, en Bogotá).

El ambiente, aunque sea algo estresante, no es capaz de deshacer la fama de hombre tranquilo que tiene el alcalde. Por lo menos no en el instante en que él llega a esta cita, a la hora acordada, caminando con pasos suaves, con sus 1,90 m de estatura y con esa sonrisa apacible que suele estampar en las fotos públicas desde que asumió la Alcaldía de São Paulo, en enero de 2013.

A sus 52 años, Haddad, el alcalde cuya gestión le está devolviendo a los paulistanos el amor por su ciudad, parece ser de verdad una persona zen, cuya única muestra de cansancio evidente son sus canas.

Para él, que dice amar a São Paulo –donde nació un 25 de enero, el mismo día del cumpleaños de la capital–, “una ciudad es más perfecta mientras más se parezca a un parque. En un parque –aclara– nunca se está apresurado para nada. Las personas tienen tiempo libre y cuidan de su salud”. De hecho, así explica el sistema de medición de éxito que él dice usar en el lugar de las encuestas de opinión para evaluar su propio trabajo.

Sin embargo, São Paulo no ha sido su única preocupación últimamente. Más allá de lidiar con los incontables problemas de una frenética metrópolis, Fernando Haddad intenta sobrevivir a un año de grave crisis política a nivel nacional, generada en gran parte por los escándalos de corrupción que amenazan al gobierno de la presidenta Dilma Rousseff y al Partido de los Trabajadores (PT), al cual ambos pertenecen.

Haddad entró en la disputa por la Alcaldía de São Paulo en 2012, bastante desacreditado, con 2 % de las intenciones de voto. Luego, impulsado en campaña por el expresidente Luis Inácio Lula da Silva, vio su nombre subir vertiginosamente en las encuestas y tomó posesión al inicio del año siguiente con un fuertísimo capital político. Pero apenas asumió el cargo, vio su popularidad caer con las primeras transformaciones que ensayó en la ciudad y así descubrió que no contaría con las masas, sino con algunas islas de opinión pública, para respaldar sus esfuerzos de cambiar la mentalidad individualista, típicamente metropolitana. Hoy, solo cerca del 20 % de paulistanos consideran que él es “excelente” o “bueno”, según una encuesta del Instituto Datafolha, de febrero de 2015.

Pero si en su ciudad Haddad tiene que administrar una mayoría que lo rechaza, en el exterior es frecuentemente reconocido por su visión progresista. El periódico americano The Wall Street Journal publicó, el 23 de septiembre, un reportaje con tono elogioso sobre su gestión. “Si el alcalde altamente impopular de São Paulo fuera el jefe de San Francisco, Berlín o alguna metrópolis que mira hacia el futuro, él sería considerado un visionario urbano”, escribió el periódico. El mismo tipo de aprobación ha manifestado hacia él la alcaldesa de París, Anne Hidalgo: “Yo votaría por Haddad”, dijo.

Tres han sido los principales factores que llevaron a Haddad a conquistar corazones y a cristalizar una imagen de político moderno: 1. La movilidad urbana y una redefinición del uso del espacio público. 2. El combate a la corrupción promovida por mafias de servidores públicos. 3. La recuperación de la capacidad de inversión de la capital.

Y, curiosamente, Haddad confiesa haber observado con admiración el modelo de la Bogotá de hace una década. Para comprobarlo cita la máxima que tomó prestada del exalcalde y alcalde electo Enrique Peñalosa: “Una ciudad avanzada no es aquella en la que los pobres andan en carro, sino aquella en que hasta los ricos usan el transporte público”.

Incluso, desde que comenzó su mandato, Fernando Haddad construyó 400 kilómetros de ciclorrutas por las calles paulistas. Al lado de las vías liberadas a los ciclistas –imagen que nunca se tuvo de São Paulo hasta la llegada de este alcalde–, Haddad ordenó la reducción del límite de velocidad de los automóviles e instaló carriles exclusivos para la circulación de buses, donde los taxis con pasajeros pueden transitar en determinadas circunstancias, en un claro (e histórico) favorecimiento del transporte público. Y todo lo ha hecho y dicho con mucha calma.

Pero la fama de tranquilo no es la única que tiene. Además de ser sosegado es un hombre obstinado y ese carácter es atribuido al talento de comerciante que heredó de su padre, un libanés que migró a São Paulo (y a la más famosa calle de comercio popular de la ciudad, la 25 de Marzo), donde abrió una tienda de telas con la que le dio sustento a la familia toda la vida. La vena intelectual, otra reputación suya, viene de la formación académica en la Universidad de São Paulo, donde estudió Derecho como pregrado y realizó una maestría en Economía y un doctorado en Filosofía.

En la academia, de hecho, es donde camina más suelto. Antes de ingresar a la vida pública se hizo profesor, función que mantiene hasta hoy en la misma universidad donde estudió. No sabe explicar bien cómo se hizo jefe de gabinete de la Secretaría de Finanzas de la ciudad de São Paulo (de 2001 a 2003), o cómo se volvió asesor especial del Ministerio de Planeación (de 2003 a 2004) o cómo pasó a ministro de Educación (de 2005 a 2012) –esos dos últimos cargos, en los gobiernos de Lula y Dilma–. Por eso prefiere continuar gobernando sin pensar en su reelección como alcalde en 2016 o, menos todavía, planear un futuro aún más distante. “Solo acepté ser jefe de gabinete de una secretaría municipal. Todo el resto no dependió de mí. No sé para dónde la vida me llevará. Puede ser que sea de regreso a la universidad”. Solo una cosa es cierta en su vida: de São Paulo, aun así siendo un lugar que poco combina con un tipo zen, “no salgo”, dice él.

¿Cuál fue el primer miedo que sintió cuando asumió la Alcaldía de la ciudad, que además es la capital más grande de Suramérica?
Yo me arriesgaría a decir que el miedo de cualquier alcalde es el mismo: por las vidas humanas. Uno siente temor cuando tiene una percepción de que un accidente en una obra pública, una inundación o algún error administrativo puede resultar en una fatalidad. ¿Cuántas obras públicas tenemos en construcción en São Paulo? Cientos. ¿Cuántos puentes tienen que ser mantenidos, cuántos declives, cuántas áreas de riesgo, cuántos aluviones suceden? ¿Cuántos incendios? La primera sensación de miedo que tuve vino después de pensar “necesito estar atento a esas situaciones, porque el riesgo es siempre muy grande y la posibilidad de ser responsabilizado, también”. Pocos meses después de asumir la Alcaldía, un incendio se desató en una discoteca de la ciudad de Santa María, en el sur del país, y mató a centenas de jóvenes universitarios en una noche, como se supo a través de la prensa nacional. Ahí se ve cómo las cosas son muy frágiles. En São Paulo tenemos 12 millones de vidas. Imagínese ser responsable por todas ellas.

Usted es hijo de libaneses que migraron a São Paulo. ¿De qué manera marcó su trayectoria?
Mi padre nació en Líbano y mi mamá es hija de libaneses, pero nació en Brasil. Yo soy la primera generación totalmente brasileña. Eso siempre me marcó, porque la colonia sirio-libanesa en São Paulo es grande, pero al mismo tiempo está mezclada al contexto paulistano. De alguna forma, la historia de esa comunidad, así como la de otras, expresa mucho la realidad paulistana, que recibe gente de muchas partes de una manera abierta, sin ningún tipo de prejuicio y sin dificultad de asimilación. Desde el punto de vista familiar, tengo una particularidad: mi abuelo era un padre cristiano ortodoxo. Él fue una especie de patriarca de la familia, una referencia ética que –a pesar de que yo no haya conocido, porque él murió antes de que yo naciera– es todavía una influencia grande para sus hijos y nietos. Yo diría que también para sus bisnietos, porque mi hijo también respeta mucho esa figura. En resumen, la cultura árabe está muy presente en mi vida. Tengo una formación humanística que viene de esa raíz.

Entonces, la religión es parte importante de su vida.
La figura de Jesucristo es muy fuerte en mi familia, en gran parte por causa de mi abuelo. Mi madre es muy cristiana, mi papá también. No hay cómo no sentirse influenciado por ellos… Pero después tuve mi formación académica, y esos dos lados –el espiritual y el racional– quedaron mezclados en mí.

Su papá fue un comerciante y mantuvo una tienda de telas por muchos años en la calle 25 de Marzo, donde usted ha trabajado también. ¿Qué asimiló de esa experiencia?
Tengo tres diplomas de la Universidad de São Paulo (USP): en Derecho, en Economía y en Filosofía. Pero ninguno de ellos vale más que mi diploma de la 25 de Marzo. Esa calle es el corazón del comercio popular de São Paulo. Allí hay personas de todo el mundo, no solo de todo el Brasil: hay gente de Bolivia, de Argentina, de Paraguay y de muchos otros países. Es un punto de referencia muy interesante. Va gente de todos los estados brasileños a comprar allá. Funcionó como una escuela de Brasil para mí, porque yo convivía con comerciantes del país entero.

¿Qué lo llevó a escoger esas áreas de formación (Derecho, Economía y Filosofía), todas ciencias humanas?
En realidad quise estudiar Derecho por una cuestión muy prosaica. Iba a ser ingeniero, me formé en principio en las ciencias exactas, pero mi papá tuvo un problema jurídico cuando yo estaba en el último año del bachillerato. Quedé tan impactado por aquello, que decidí estudiar las leyes. Una vez en la universidad, empecé a estudiar Economía, porque en la Facultad de Derecho se discutía mucho el tema –como en todo el país siempre se hizo–, ya que los problemas económicos eran constantes, sobre todo en la década de 1980, cuando yo era estudiante. Para participar en el debate político te exigían entender del asunto. Cuando me gradué, decidí hacer mi maestría en Ciencias Económicas, empecé a estudiar el Estado y, obviamente, cuando comienzas a mirar el Estado como institución, acabas tocando cuestiones filosóficas. Entonces hice el doctorado en Filosofía.

Usted ha sido un militante estudiantil. ¿Por qué decidió ir más allá de la militancia e ingresar en la carrera política?
Siempre me gustó la política, una esfera de la vida que siempre he acompañado. Y cuando yo era estudiante, la academia era mucho más comprometida políticamente de lo que es hoy. La Universidad de São Paulo lo era. Los intelectuales producían artículos de intervención política, no solo textos académicos. Había una preocupación por parte de los profesores y de los estudiantes de la USP, de no solo producir ciencia, sino intervenir en la sociedad. Esa realidad ha cambiado un poco, ya el perfil académico en general no es tan comprometido. Pero todos mis profesores fueron figuras públicas, conocidas. Mi trayectoria académica se combinó con un trabajo de intervención. Fue un colega de la universidad, el economista João Sayad, quien –una vez invitado por la exalcaldesa Martha Suplicy para ser su secretario de Finanzas– me llevó con él para ser su brazo derecho. Así fue como ingresé a la vida política. Dos años más tarde, Lula ganó las elecciones a la Presidencia, Guido Mantega me invitó a ser su asesor en el Ministerio de Planeación y, poco tiempo después, me volví ministro de Educación. Y ministro ya es otra cosa… Pasé seis años en ese puesto. Fue cuando el expresidente Lula me invitó para ser el candidato a la Alcaldía de São Paulo.

¿Qué trae usted de esa experiencia política detrás de cámaras, digamos, hasta volverse alcalde y pasar al “combate”?
Cuando eres secretario de Finanzas tienes que conocer otras áreas de la Alcaldía. Entonces, empecé en un punto de observación privilegiado. En el Ministerio de Planeación fue igual. Es un lugar donde tienes una visión general de la administración federal. Estuve en lugares estratégicos, y eso me ha ayudado. Ahora, ser alcalde es un desafío muy superior a cualquier otro desafío político. Tienes que combinar la planeación a largo plazo con la demanda de la última hora; no es la cuestión del día, sino la de la última hora, realmente… Porque a cada hora algo sucede en la ciudad que es de gran importancia.

¿Hay alguna cosa de la que se enorgullece y que cree que se haya vuelto su firma como alcalde?
Los planes a largo plazo me dan un sabor diferente. Estoy enamorado del Plan Director de São Paulo. Creo que organiza un pensamiento sobre la ciudad, que todas las acciones se encajan a partir de esa visión de conjunto. Teníamos antes un plan director muy débil, que no estaba a la altura de la ciudad. El actual va hasta 2029. Está también la negociación de la deuda de la Alcaldía con el gobierno federal, que es muy importante. Hay obras esenciales que están licitando, pero creo que otros alcaldes podrían haber intentado hacerlas previamente. El Plan Director tiene mi firma e involucra una visión de la ciudad. ¿Cómo es que São Paulo tiene que organizarse para funcionar mejor? Voy a dar un ejemplo. Aquí la especulación inmobiliaria forzó el diseño de tal manera que las personas construían edificios demasiado altos donde se les daba la gana. No había ninguna regla. A partir del plan, se acuerda la verticalización con la preexistencia del transporte masivo. No se pueden construir edificios de 30 pisos en cualquier lugar, se necesita transporte. ¿Cuánto tiempo nos demoramos para formular una regla tan simple como esa? Nuestro Plan Director trae esas novedades, busca un reequilibrio. Queremos que la ciudad ande, pero de una forma que no agudice las diferencias.

¿Y la movilidad se volvió su firma, verdad?
Eso es algo muy chévere. Me parece que se trata de un cambio de mentalidad. Pero la movilidad es solo un aspecto del Plan Director, tal vez el más visible a corto plazo, por eso ganó tanto prestigio en la prensa. La cuestión de los peatones, los ciclistas, la reducción de velocidad, la apuesta por el transporte público, la reapropiación de los parques con internet… Todas esas cosas juegan con el imaginario de las personas, y eso está muy bien. Pero sin una visión de conjunto no se podría alcanzar.

Bogotá tiene fama en ese sentido, de haberse transformado, hace ya 15 años, a partir de una visión más ciudadana. ¿Ha tenido en cuenta la experiencia bogotana?
Lógico. Bogotá fue una referencia para nosotros, así como, antes, Curitiba fue una referencia para ella con el Transmilenio. Creo que lo interesante de las ciudades es que puedes adaptar sus soluciones creativas a otras realidades. Y es bueno que una ciudad influencie a otra. Tomamos experiencias del mundo entero. Para tratar al dependiente químico de una manera, a la comunidad LGBT de otra, al habitante de la calle, al ciclista, al transporte público, la conexión pública de internet, la recolección colectiva de residuos sólidos… Nosotros fuimos inspirándonos en experiencias variadas, viendo cuáles eran las tecnologías empleadas. Tenemos hoy 15 o 20 firmas de otras ciudades, por decirlo así, que, combinadas, describen a una nueva ciudad. Bogotá trajo la cuestión de la movilidad. Enrique Peñalosa fue una referencia importante.

La comunidad LGBT de São Paulo está feliz con su actuación como alcalde.
Creo que fuimos más allá que los demás en relación con ese tema. Porque no conozco países que tengan un programa, por ejemplo, enfocado en travestis. Aquí tenemos un problema gravísimo de violencia contra los travestis. Muertes. Entonces buscamos a esa comunidad para entender su situación y nos dimos cuenta de que a la mayoría de sus integrantes le gustaría tener una oportunidad de educación y una profesión. Por lo tanto, ofrecimos un programa que tiene exactamente eso: educación y profesionalización. Fue un éxito, con una tasa de evasión bajísima de esa comunidad, que ve en el programa una oportunidad de emanciparse de aquella situación de prostitución forzada.

¿Qué cree usted que São Paulo tiene de bueno y de malo, que otros lugares no tienen?
São Paulo es una de las ciudades más subestimadas que conozco. Es mucho mejor de lo que las personas imaginan. Creo que nos vendemos mal al mundo. Eso hace que los turistas eventuales se queden extasiados con lo que viven aquí, porque no lo esperaban. São Paulo es vibración pura. Tienes cultura todo el tiempo, haces amigos todo el tiempo, montas tu negocio, creas empleos… Es mucha energía creativa en la cultura, la economía, la gastronomía, la fiesta, las relaciones de pareja, en lo que se quiera. Soy razonablemente viajado… Y conozco pocas ciudades como São Paulo. Tengo amigos que viajan y que comparten esa opinión. Del otro lado de la moneda, un problema muy paulistano, a mi modo de ver, es la violencia. Creo que todavía no hemos alcanzado un estándar satisfactorio de seguridad, en gran parte, por un diseño urbano equivocado, de segregación, de apartheid… Creo que el Plan Director ayudará a resolver esa cuestión.

¿Usted qué cree que Bogotá puede aprender de São Paulo, así como São Paulo aprendió de Bogotá?
Creo que el ambiente cultural de São Paulo, así como el de negocios, es de otra escala. Somos una capital financiera, tal vez el segundo o tercer destino turístico de América Latina, después de Ciudad de México y Buenos Aires. Esas tres ciudades, por la dimensión, por la escala y por la pujanza que tienen, acaban siendo centros de referencia que pueden inspirar a otras ciudades. Tenemos una de las mejores universidades de la región. Aquí se combina la enseñanza superior de alta calidad con alta cultura, finanzas, medicina de punta… Es un clúster muy rico.

¿Qué caracteriza a una ciudad inteligente, en su opinión?
Tengo un sistema de medición de éxito: ¿Cuánto puedo acercar a la ciudad a un parque? Esa es mi medida. ¿He conseguido plantar árboles? ¿Cuántos? ¿Pude permitir que las personas respeten a los peatones y a los ciclistas, que en un parque son los que reinan? ¿Cuánto? ¿Conseguimos promover conexiones, que las personas se encuentren en un clima de celebración? ¿Cuánto tiempo he podido ahorrar a las personas? En un parque, uno nunca está apresurado para nada. Se tiene tiempo libre. Las personas están saludables, cuidando de la salud, previniendo enfermedades y no curándose… ¿Cuánto? ¿Qué tan parecida puede ser la ciudad a un parque? Esa es la medida de una ciudad inteligente a mi modo de ver. Las personas no botan basura o escombros en un parque, porque asumen otro comportamiento en un ambiente así. Se ven pocos homicidios. La idea, aunque sea una utopía, es acercar una cosa a la otra. Tenemos que intentarlo.

São Paulo tiene un gran potencial cultural. ¿Qué tanto cree usted que, de ese potencial, se ha explotado en términos de política pública?
Solo este año hemos creado una empresa de cine para la promoción de escenarios y talentos locales, tres teatros, dos planetarios… Estamos trabajando en una política musical, que incluye al Teatro Municipal de São Paulo, con su tradición operística, y el funk, la samba y otros ritmos locales. El potencial cultural paulista no tiene límites. Apoyamos la comida y los artistas callejeros, el grafiti (somos una capital mundial del grafiti…) y otras cosas más. Si miramos lo que se hizo en poco tiempo, es posible darse cuenta de que les dimos alas a personas que se estaban sintiendo reprimidas. São Paulo se estaba volviendo conocida por ser la ciudad de la prohibición, donde nada se podía hacer. Hoy las energías están más liberadas.

Su formación política se dio en tiempos de dictadura, en años de crecimiento silencioso de una izquierda latinoamericana que llegó al poder finalmente, pero que hoy enfrenta una crisis (en Brasil y en el resto de la región). ¿Cuál es el desafío para la izquierda latinoamericana hoy, en su opinión?
Hemos vivido una gran fase de prosperidad latinoamericana, en la que la izquierda efectivamente cumplió un papel importante. Disminuyó la desigualdad, ofreció oportunidades… Creo que la última fue una década muy rica. Ahora estamos entrando en un periodo de vacas flacas, en el que la economía internacional pone unos desafíos enormes. Pero creo que la verdadera prueba de la izquierda es gobernar en épocas así. Si no sabemos lidiar con cifras, trabajar el imaginario, esa cuestión de comportamiento, de solidaridad… Si siempre dependemos del ciclo económico, nunca vamos efectivamente a vencer en la lucha para la cual nos hemos dispuesto. Estoy diciendo eso y me viene una foto bonita que vi hoy de Pepe Mujica en Río de Janeiro. Es una imagen que llama mucho la atención, porque es un hombre de una cierta edad, pero muy joven desde el punto de vista de sus ideales. Un joven señor que inspira a la juventud a pensar y a actuar diferente. Transmite esperanza, pero también propósitos bien definidos. No puedes, porque la situación económica está más difícil, tirar la toalla o decir: “¡Ah, nuestro proyecto no funciona!”. En el fondo, un buen modelo tiene que funcionar siempre. Ese es el desafío que hay que encarar.

¿Y cómo se puede superar en Brasil la actual crisis política, que amenaza inclusive la presidencia de Dilma Rousseff?
Creo que el país tiene un gran dilema y podrá sentirse más apto para corregirlo una vez superada la crisis política, que está muy contaminada por el combate a la corrupción, que va mucho más allá del gobierno. Brasil tiene que retomar el crecimiento. No podemos dejar de crecer. No podemos desistir.

El Tiempo

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