Guaidó sin hotel – Por El Nacional, Venezuela

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La retaliación de la dictadura contra un hotel en cuyos salones se celebraban reuniones de los políticos que promueven actividades relacionadas con las funciones que ejerce el presidente Juan Guaidó, o en cuyos espacios se encontraban sus asesores para intercambiar ideas capaces de conducirnos a un gobierno de transición, es una de las señales más ominosas sobre el grado de ferocidad al cual puede llegar el usurpador para mantenerse en el poder.

Hablamos de actividades lícitas, de reuniones pautadas sin ocultamiento, de encuentros que no se protegían en el sigilo ni se escondían de miradas indiscretas. Hablamos de lo que se puede hacer con total libertad sin levantar sospechas ni provocar cautelas en sociedades regidas por normas respetuosas de la civilidad, como las que existen en todos los países democráticos del mundo. Pero tal tipo de encuentros está prohibido en Venezuela. El presidente Guaidó y sus colaboradores tendrán que meterse en catacumbas para llevar a cabo su labor, porque al usurpador no le da la gana de que sus seguidores se reúnan en un hotel de Caracas.

Situado en el Centro Comercial Paseo Las Mercedes y destacado como lugar de encuentro de viajeros de mediano pasar y de gente que busca estancias de paz sin alejarse de trajines de negocios, el hotel fue sometido a pesquisas de impuestos y a la pesca de irregularidades de manejo que terminaron en una clausura temporal. Seguramente encontraron los sabuesos algún mínimo descontrol, pues son expertos en ese tipo de averiguaciones, tal vez alguna falla en medio de la rutina, de lo cual se valieron para ordenar una medida de cierre que ha sorprendido a la opinión pública. En realidad, magnificaron el problema que pudieron encontrar, si ciertamente lo encontraron, para que se viera en toda su magnitud el poder de la dictadura frente a sus adversarios. “Do not disturb, Guaidó and colaboradores”, fue el letrerito que se olvidaron de colocar en el picaporte de las habitaciones los curiosos buscadores de irregularidades.

El hecho no podía pasar inadvertido, porque en ese centro comercial hay numerosas tiendas y librerías con clientela arraigada y un dinámico espacio en el cual se celebran actividades culturales, las pocas que se llevan a cabo en una ciudad cada vez más inhóspita con las expansiones de sus habitantes. Pues hacia allá se dirigió la mandarria. Para que todos vieran en acción a sus agentes. Para que todos supiéramos del aviso. Como anuncio de lo que es capaz de hacer la usurpación, si se sigue con el cuento de la democracia y con la idea de volver a situaciones de civilización y decencia. Para que se sepa que el plan consiste en acorralar a Guaidó hasta sacarlo del juego. La triquiñuela del hotel, la vulgar maniobra contra un hospedaje digno de respeto por las actividades que acogía, forma parte del primer capítulo de un designio inadmisible que debemos combatir sin vacilación.

El Nacional


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