Las prácticas necesarias contra el neoliberalismo

Por Roque Farrán
(CIECS-UNC-CONICET)

I. Práctica teórica

Estoy muy preocupado por los desenlaces fatales que estamos viviendo día a día, femicidios seguidos de suicidios, en el marco de un proyecto de gobierno que se parece cada vez más a un montaje autodestructivo de la sociedad en su conjunto que al clásico proyecto restaurador. Me pregunto si no tenemos que tener un máximo de cuidado e inteligencia a la hora de elegir los modos de intervención, sin frivolidades ni desesperaciones de ningún tipo.

En este contexto o coyuntura, pienso que urge crear montajes ficcionales efectivos que anuden simbólicamente las pulsiones desatadas. No puede tratarse sólo de gestos vanguardistas destinados a unos pocos especialistas, sino del ejercicio de un pensamiento materialista complejo que entienda la diferencialidad de las prácticas, los múltiples niveles de intervención y modos singulares en que se entrelazan y sobredeterminan (incluidas las performances, los ejercicios espirituales o marciales, y no solo las prácticas políticas e ideológicas típicas).

En este sentido, la práctica teórica no puede reducirse a explicar o provocar, tampoco a evangelizar; tiene que intervenir de manera oportuna para mostrar la complejidad de lo real en cada caso, brindar los espacios y tiempos suplementarios necesarios para ayudar a forjar las herramientas de intervención adecuadas a los múltiples niveles en cuestión. No hay narcisismo de las pequeñas diferencias allí, en ese juego serio del pensamiento material presto siempre a recomenzar.

Como vengo insistiendo en varios escritos recientes, tenemos que tomar posición en todos los frentes posibles, más que “segmentando públicos”, interpelando sujetos en el sentido de asumir la responsabilidad por un cambio real, según la singularidad del medio en que intervengamos: redes, barrios, asambleas, revistas, congresos, radios, clases, etc. No hay especialistas o expertos, sino sujetos del deseo.

Es posible pensar la coyuntura con conceptos rigurosos; no es puro ensayismo ni saber técnico de especialistas, sino el ejercicio concreto de una práctica teórica. Uno no se hace cargo de la práctica en que se ejercita por mandato o voluntarismo, por casualidad o capacidad, sino porque encuentra el modo adecuado al deseo que lo habita. La especificidad de la práctica teórica, su índice de eficacia, no pasa así por el prestigio o el reconocimiento que puede dar a otras prácticas, sino por la inteligibilidad del nudo o la coyuntura que ofrece a cualquiera que lo desee.

En este sentido, he propuesto un modo materialista de pensar que he denominado Nodaléctica. No se trata de una teoría o metodología normativa o competitiva, como tampoco es deconstructiva, mesiánica o evangelizadora; nodaléctica es un modo de inventar conceptos materiales acudiendo a distintos autores y tradiciones, para situarse en el presente mediante un ejercicio práctico de libertad. Antes que demandarle a las teorías que expliquen, comprendan o transformen el mundo, hay que generar espacios de libertad efectivos donde algo de lo deseable de los nuevos modos de vida, expresión y composición, se ponga en juego, y así, estos modos sean en cierta forma anticipables y practicables concretamente.

Es clave entonces que, en cada intervención, opere el deseo de transformación real y no el mero voluntarismo sacrificial que abona al paradigma imperante; por eso, cada quien solo puede autorizarse a intervenir en un medio específico si lo que prima y motiva allí, principalmente, es el deseo (más que el cálculo y la capitalización); no hay receta ni línea orgánica que lo suplante, pero una visión del todo-estructurado-complejo o tópica social de las prácticas –que no excluya a priori ninguna- puede orientar bastante. Diría: Althusser avec Foucault.

II. Práctica ideológica y práctica política

Siempre me pareció muy clara esa fórmula que dio Foucault para distinguir el modo de ejercer el poder en el feudalismo y en el capitalismo: “hacer morir y dejar vivir”, en el primero, sintetizaba el poder monárquico de dar la muerte y en todo caso la vida como algo que se dejaba a la buena de dios; mientras que en el segundo, “hacer vivir y dejar morir”, esa simple inversión de la fórmula sintetizaba mejor el énfasis en la biopolítica y el control de los cuerpos, la muerte en cambio venía por el simple abandono. Yo creo que lo terrible del neoliberalismo actual es que ni siquiera se hace cargo de la biopolítica, así como tampoco hay decisión monárquica de dar la muerte, más bien la fórmula cínica al extremo sería: “hacer que se maten entre sí y dejar vivan los que puedan”.

En este contexto, bien se podría preguntar, siguiendo algunos titulares recientes: ¿Macri fracasó?, ¿el gobierno de Macri fracasó? No lo creo en absoluto. Desde el primer momento sostuve que Macri venía a cumplir el sueño de quienes lo votaron por odio visceral a CFK y a la política: el deseo de tener un no-presidente, un no-sujeto, alguien absolutamente inoperante en el gobierno que dejara hacer a las fuerzas y manos invisibles del mercado (la racionalidad neoliberal).

En realidad, todo estaba a la vista desde un primer momento para quien quisiera ver, como la carta robada del cuento de Poe, y así aumentaron desproporcionadamente el robo a la vista de todos y todas: transferencia masiva de recursos y negocios para los más poderosos, familiares y amigos; pérdidas dolorosas para las mayorías. Todavía me sorprenden las sorpresas graduales de los que van cayendo, según la ideología, en la cuenta de lo obvio. He aprendido mucho de los mecanismos ideológicos en este tiempo, también he practicado bastante la ética; eso sí, tengo mucha expectativa de que vuelva la política en verdad. Porque si la política no vuelve, ligada a una ética del cuidado y a un conocimiento riguroso de la ideología, el fracaso ostensible e inapelable será de todas y todos.

III. Conjunción de prácticas

Para finalizar, podría formular lo que me enseñaron la práctica del psicoanálisis y la práctica de la filosofía, conjuntamente; ethos –más que saber o con respecto al saber– que deseo transferir a la práctica política. No se trata de competencia o de expertises, eso es lo que alimenta la lógica neoliberal.

El neoliberalismo exacerba la competencia entre todos y todas, el compararse y medirse continuamente para ganarles a los demás, cualquiera sea la imaginaria unidad de medida y el capital supuesto acumulado. La sabiduría antigua así como las prácticas materialistas y los grandes gestos históricos, al contrario, nos muestran que la clave de la eficacia nunca ha estado en la competencia, sino en la conducción: el gobierno de las almas y los cuerpos; allí la superación se da respecto a sí mismo y eso es lo que inspira, en cualquier caso, a los otros; se deja de lado la continua comparación idiotizante porque se practica una impasible indiferencia que hace vacío a la especularidad y al facilismo fálico; por ese acto se lo deja caer.

El psicoanálisis es una práctica de sí que permite pasar del “deseo de reconocimiento” al “reconocimiento del deseo” y definirse en torno a lo real irreductible que nos constituye en tanto seres hablantes; implica asumir cierto desconocimiento u opacidad constitutiva que abre, a su vez, al saber absoluto.

La filosofía es una práctica que destituye todo saber para hacer lugar a las verdades singulares-genéricas. A través de ella, puedo decir: “sólo sé que no sé todo, y lo sé absolutamente solo, porque el todo que no sé, sólo a mí me implica de este modo”. La implicación o el modo es siempre singular; el atravesamiento del fantasma de totalidad es un trabajo a hacer y recomenzar cada vez, no una simple y obvia constatación; el universal concreto exige su tachadura.

En definitiva, el psicoanálisis es una práctica del decir verdadero que afecta al cuerpo como al pensamiento y los anuda en un punto crucial, al igual que la filosofía que hace del saber una práctica destotalizante, una composición heteróclita de las verdades de su tiempo.

¿Qué pueden aprender entonces los psicoanalistas de la filosofía? No, por cierto, meras definiciones conceptuales, grandes sistemas categoriales o fantásticas cosmovisiones universales, sino modos concretos de interrogación y problematización de los saberes, relaciones de poder y formas de cuidado en que los sujetos se encuentran enredados sufriendo. Por supuesto que cada quien se encuentra embrollado allí de un modo singular, según la contingencia del caso, pero es necesario saber que las problemáticas que nos atraviesan tienen su recurrencia, generalidad, homogeneidad y hasta sistematicidad, como señaló Foucault. Lo real no es solo lo imposible de saber para un sujeto, según su historia, sino el anudamiento adecuado de las dimensiones aludidas; anudamiento por el cual un sujeto puede tomar a su cargo la interrogación problematizante que lo constituye como nodo concreto de cierto saber, poder y cuidado de sí, cuya historicidad lo atraviesa y excede al mismo tiempo.

Una práctica política que asuma semejante ethos, inspirada en aquellas prácticas y su inquietud problematizante, bien podría organizar la potencia colectiva de un modo inédito, jamás visto hasta el momento. Algo de eso nos está mostrando el movimiento feminista, con todas las contradicciones del caso, recapitulando los errores y aciertos del pasado en una nueva matriz organizacional.

Pese a sus contradicciones inevitables, veo en el movimiento de mujeres el verdadero motor del cambio social, la encarnación actual de la radicalización democrática. Pues en esencia no hay una identidad fija allí, ni un protocolo normativo que evalúe qué es ser mujer, y sin embargo hay un posicionamiento fuerte y decidido respecto a la estructura que las reúne: “no hay lugar para la exclusión, ni para quienes excluyan”. Desde la lectura lacaniana de la ley o la función eso significa que no hay excepción que permita el cierre de la unidad, el todo clásico; por eso la unidad del movimiento feminista es no-toda, abierta y sin bordes, sin excepción ni exclusión, pero bien anudada o trenzada. Ahí reside su verdadera potencia articuladora y movilizadora; espero que eso no se olvide tan rápido esta vez, al menos hasta que se produzcan verdaderos efectos transformadores.

Fuente-Universidad Nacional de José C. Paz-Revista Bordes


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