La izquierda chilena, nuevos y viejos clivajes – Por Luciano Santander

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Los sistemas de partidos latinoamericanos están en constante cambio, y Chile dejó de ser ajeno a ello. Durante más de 25 años sólo existieron dos alternativas políticas para el electorado, situación que ahora ha cambiado. El surgimiento de nuevos referentes políticos desde la izquierda y el refortalecimiento de aquellos que estuvieron excluidos de la política chilena durante más de dos décadas, han generado en Chile un nuevo escenario que confronta al bloque político que ha dirigido el país en las últimas décadas.

En ese sentido, la aparición del Frente Amplio en Chile alteró el panorama político. De pronto, la elite se vio obligada a compartir parte del poder institucional con un outsider al establishment que encontró un mecanismo para disputar hegemonía y plantear una contienda muchos años muerta en un Chile mercantilizado: el cuestionamiento al modelo neoliberal y la democracia protegida chilena.

Es en ese mismo contexto de disputa hegemónica es donde surgen las propias contradicciones a la interna de esta nueva izquierda chilena luego del ingreso sorpresivo y exitoso a la institucionalidad en las elecciones del 2017: ¿se ingresó para romperla o perpetuarla?

Consenso con el libre mercado y vacío de representación en la izquierda chilena

Durante 25 años el escenario político chileno no tuvo novedades ni alteraciones importantes. Por un lado la alianza socialdemócrata y demócrata cristiana conocida como la Concertación, y por otro la derecha tradicional que fue parte de la dictadura cívico-militar entre 1973 y 1990[1]. En este periodo histórico que es conocido como la transición a la democracia y política de los consensos, la izquierda chilena fue la que sufrió la mayor metamorfosis, al vivir el ya mundialmente conocido proceso de “renovación”.

Durante la primera mitad de la década de los ’80 Chile vive un alza en la lucha popular antiautoritaria (1983-1986). Luego de la constante represión y el fallido atentado a Augusto Pinochet, se genera un importante debilitamiento político ante una posible salida rupturista a la dictadura, imponiéndose el camino de la negociación y, con ello, el inicio de la consolidación del nuevo bloque dirigente y la reconfiguración de la izquierda de la transición. Los acercamientos de las facciones del Partido Socialista que apuestan por la “tercera vía” con la Democracia Cristiana decantan en el nuevo bloque de oposición a la dictadura, absorbiendo la representación de los sectores populares en el plebiscito del SI y el NO para derrocar al dictador. De este modo, el eje Partido Socialista – Partido Comunista que fue el que permitió el triunfo de la Unidad Popular con Allende, se reemplaza por el eje Partido Socialista – Partido Demócrata Cristiano, que será el que dará gobernanza a los primeros 20 años de transición, bajo el nombre de Concertación por la Democracia.

Un elemento central en el proceso de transición pactada hacia la democracia fue la instalación de un modelo político institucional que asegurase y profundizase el modelo neoliberal instalado en dictadura, así como la incuestionabilidad del nuevo relato aglutinante del ordenamiento social: el consenso con el libre mercado.

El consenso neoliberal trae consigo una reconfiguración política mediante un cambio en el clivaje que definió la disputa entre los partidos durante el siglo XX: la cuestión socioeconómica sobre cómo redistribuir la riqueza es reemplazada por una dicotomía basada en el eje democrático/autoritario,  dividido entre quienes votaron por el SÍ y NO a Pinochet. Lo anterior generó una marginalización de la discusión sobre la redistribución de la riqueza en Chile, dejando a aquellos partidos alternativos al neoliberalismo, como lo fuera el Partido Comunista, fuera de la arena política nacional.

De esta forma se abre un periodo de consolidación del neoliberalismo y desafección política-social, como consecuencia de la adopción de políticas neoliberales por parte de partidos de izquierda tradicional, como lo hiciera el Partido Socialista. Chile se hace parte del panorama político internacional, en el cual aquellos sectores históricamente representados por los partidos de izquierda perdieron su fuerza de representación, dando espacio a organizaciones políticas nuevas que los representen.

Coyuntura crítica en el escenario postdictatorial: los movimientos sociales y el surgimiento del Frente Amplio

Los años 2000, y en particular el periodo 2011-2012 marcaron un punto de inflexión para el establishment político. Durante esos años surgen masivas movilizaciones que pusieron en la agenda nacional tópicos hasta ese momento invisibilizados, como el lucro en la educación, la desigualdad, la Constitución elaborada en dictadura y la privatización de derechos sociales, entre otros. Es durante estos años donde la sociedad chilena constata un inédito proceso de repolitización. Si quince años atrás el 61% consideraba que los cambios “necesitan tiempo”, la cifra se invierte, y para el 2015 un 61% pide “actuar rápido porque los cambios no pueden esperar”[2].

Es esa la génesis de una estrategia en la construcción de poder contra-hegemónico en Chile: el surgimiento de movimientos sociales que de a poco comienzan a tener un gran respaldo popular y pasan de la presencia local a importantes espacios territoriales.

Lo inédito de esto es también el surgimiento de nuevos referentes políticos gracias a esas movilizaciones, que en las últimas elecciones generales del 2017 compitieron y rompieron con el duopolio que caracterizó a la política chilena en los últimos 27 años. Mientras el Partido Comunista, que fuera el partido político emblemático de la izquierda extra-duopolio durante la transición, en 2013 se incorpora finalmente a la Concertación, por la izquierda ocurre una reconfiguración del sistema de partidos chileno con el surgimiento de un nuevo referente político: el Frente Amplio.

La estrategia del poder electoral es central en este nuevo referente político chileno, el cual busca que el Estado comience a llevar a cabo las transformaciones en contraposición al neoliberalismo, o sea, reformas enfocadas en la recuperación y fortalecimiento de los derechos sociales. Es precisamente esta estrategia la que ha comenzado a dar una nueva configuración a los clivajes políticos, dejando de lado aquella división entre quienes apoyaron o no la dictadura, dando paso a una nueva forma de disputa política.

Frente Amplio hoy: éxitos electorales y mediáticos

El Frente Amplio se enfrentó a un problema sistémico en la política chilena, que es el alejamiento de la clase política con las bases sociales, traducido en que las raíces de los partidos políticos tradicionales en la sociedad son cada vez menores[3]. De hecho, un año antes de las elecciones presidenciales de noviembre del 2017, los candidatos del Frente Amplio ni siquiera eran mencionados en las encuestas. Todo se centraba en la dicotomía Nueva Mayoría/Chile Vamos.

A primera vista, el escenario electoral para el Frente Amplio parecía catastrófico. En las primeras encuestas de opinión con miras de las elecciones presidenciales y parlamentarias del año 2017 los posibles candidatos ni siquiera eran nombrados dentro de las opciones a elegir. No fue sino recién en la encuesta del periodo abril-mayo del 2017 del Centro de Estudios Públicos, a 7 meses de las elecciones, donde vimos por primera vez nombrada a Beatriz Sánchez (hasta ese momento principal candidata de las primarias presidenciales de la coalición). Sin embargo, en todas las encuestas siguientes, la opción Frente Amplio estuvo sub-representada en comparación a la realidad. Abril-mayo otorgaba 4,8% a Sánchez, julio-agosto 10,2%, y la última encuesta legal de septiembre-octubre un 7%. Todos estos números muy por debajo del resultado real, y siempre otorgando una mayoría sobre-representada a Sebastián Piñera, pues Beatriz Sánchez estuvo a 150 mil votos de pasar a segunda vuelta, obteniendo el 20,27% total de los votos. Misma sorpresa dio la opción parlamentaria del Frente Amplio, quienes pasaron de tener 2 diputados a 20, de un total de 155, instalándose como tercera fuerza política a nivel nacional. Si las encuestas no hubieran estado tan sesgadas, quizás se pasaba a segunda vuelta.

Desde entonces, la aparición de figuras del Frente Amplio en los medios ha sido cada vez más recurrente. De a poco se ha superado el cerco comunicacional que no ha logrado evitar que la evaluación de la sociedad chilena hacia los máximos dirigentes de izquierda siga siendo positiva. Por ejemplo, desde el año 2016 a la fecha, entre los dos dirigentes nacionales más emblemáticos, Giorgio Jackson y Gabriel Boric, y la ex candidata presidencial  Beatriz Sánchez, siempre hay  por lo menos dos dentro de los cinco políticos mejor evaluados en la encuesta del Centro de Estudios Públicos de Chile[4], disputando el espacio generalmente con Sebastián Piñera y Michelle Bachelet. Asimismo se ha ido incluyendo en las menciones de evaluación positiva al actual alcalde de Valparaíso y militante del Frente Amplio, Jorge Sharp. Lo anterior ha consolidado a estas figuras como los principales actores políticos y liderazgos a la interna de la alianza.

Disyuntivas y desafíos de la nueva izquierda chilena

A la fecha, el Frente Amplio está conformado por 12 orgánicas distintas[5]. Todas estas varían en su génesis, líneas políticas, liderazgos, prominencia al interior de la alianza, y en sus miras estratégicas para enfrentar la institucionalidad; pues mientras algunas tienen disyuntivas sobre a qué tendencia adherir, otras son parte activa de la disputa interna. En un principio estas diferían entre aquellas que surgieron de las movilizaciones estudiantiles del 2011, como Revolución Democrática, Izquierda Autónoma, Izquierda Libertaria, entre otras, y aquellas que o bien existían antes de dichas movilizaciones, o fueron creadas por figuras descontentas provenientes de la ex Concertación, como el Partido Humanista, el Partido Ecologista Verde, el Partido Liberal, entre otros. En términos simples, la división era generacional.

Con el correr del tiempo, el Frente Amplio cada vez asume más protagonismo en la política chilena, lo que sin embargo, también ha traído consigo cada vez más tensiones internas. Estas disputas han estado enfocadas en la orientación estratégica del proyecto, enfrentándose principalmente dos sectores: por un lado, aquellos que ven los espacios de poder como una herramienta para romper con el modelo, con un horizonte radical. Por otro, quienes han entrado en la institucionalidad para ser parte de ella y perpetuarlaLas diferencias pasaron de ser generacionales a ideológicas. Lo que es más curioso, es que en cada colectividad existe esta misma tensión, generando disputas estratégicas inter-partidarias e intra-partidarias.

Estas disyuntivas estratégicas son históricas en la izquierda, y Chile no es la excepción. Durante el gobierno de Salvador Allende, los dos principales partidos de la Unidad Popular, el PS y el PC, nunca abandonaron la meta estratégica de romper con el sistema burgués, aun manteniendo senadores y diputados. Sin embargo las tensiones al interior del campo de la izquierda se manifestaban con claridad. La disputa entre poder popular y opción institucional se mantuvo hasta final, siendo abruptamente finalizada mediante el golpe de Estado cívico-militar de 1973. En los años ´80 el escenario fue similar. La izquierda se vio dividida entre la vía institucional para lograr la democracia, versus la vía insurreccional para derrocar a la dictadura.

Así, el Frente Amplio vive momentos de definiciones, similares a los que ya ha enfrentado la izquierda chilena durante toda su historia, variando el contexto y los actores en juego. Lo anterior ha llevado a constantes enfrentamientos públicos entre las tendencias, dando oportunidad a la prensa de mostrar a la coalición como desunida y sin definiciones, caricaturizando su disputa política reduciéndola a un asunto de redes sociales, colores en las banderas y momentos televisivos; o sea, el llamado “marketing político-electoral”.

Ahora bien, desde la vuelta a la democracia, siempre han existido estrategias comunicacionales, de masas y electorales por parte de la izquierda extraparlamentaria desde la vuelta a la democracia; sin embargo, nunca han tenido tanto éxito como hoy. No sólo hay una cifra esperanzadora en encuestas y resultados electorales; además existen levantamientos de bases territoriales desde el extremo norte al extremo sur con propuestas orgánicas para el cambio radical en Chile. Ha habido una masiva inscripción de militantes en los partidos legales del Frente Amplio, trabajo mancomunado entre militantes de bases y dirigentes, diputados, concejales, alcaldes y senadores, manteniendo una politización e inserción social mayor que a la de periodos anteriores. ¿Es suficiente? Claro que no, pero negar los avances y reducirlos a marketing político-electoral es pesimismo de la voluntad y desconfianza de la razón.

Comentarios finales

Desde noviembre del 2017, la política chilena no es la misma que antes. Ha habido al menos dos transformaciones radicales en el sistema de partidos. Por un lado, el surgimiento de una nueva coalición que rompió el duopolio político que dirigió la política chilena durante 27 años, lo que además generó una tensión en los sectores más de izquierda de la vieja Concertación. Por otro lado, una reconfiguración de los clivajes políticos que definían las diferencias entre los partidos políticos. Ya no es central quién luchó contra la dictadura y quiénes la apoyaron; han vuelto a la palestra temáticas que antes estaban invisibilizadas y que apuntan a problemas de la estructura social, tales como la educación pública, las pensiones, la corrupción en la política, etc. En otras palabras, se ha vuelto a hablar del rol de los partidos, la política y el Estado en la distribución de la riqueza.

Frente a este escenario también ha habido un traspaso de la representación. Quienes durante muchos años han sido los únicos representantes de los sectores populares mediante las banderas de la izquierda, ya no lo son. Y frente a esto, al Frente Amplio se le presenta una gran disyuntiva, entrar en la institucionalidad para romperla o para continuarla y legitimarla aún más.

En ese contexto, en el corto plazo se presenta un gran desafío: las elecciones presidenciales del 2021, antecedidas por las municipales del 2020, que suelen ser una radiografía de cómo se vienen las generales del año siguiente. ¿Se aprenderá de los errores del pasado?

[1] Roberts, K. 2012. “Market Reform, Programmatic (De)alignment, and Party System Stability in Latin America”. Comparative Political Studies, N°46: 1422-1452.

[2] Programa de Desarrollo Humano (2015). Desarrollo humano en Chile. Los tiempos de la politización. Santiago de Chile: PNUD. Disponible en http://desarrollohumano.cl/idh/informes/2015-los-tiempos-de-la-politizacion/.

[3] Luna J. & Altman, D. (2011). Uprooted but Stable: Chilean Parties and the Concept of Party System Institutionalization.

[4] Centro de Estudios Públicos. (2016, 2017, 2018) Estudio Nacional de Opinión Pública (N°79, N°80, N°81, N°82). Recuperado en: https://www.cepchile.cl/cep/site/tax/port/all/taxport_20_194__1.html

[5] Comunes,  Izquierda Libertaria, Movimiento Autonomista, Movimiento Democrático Popular, Nueva Democracia, Partido Ecologista Verde, Partido Humanista, Partido Igualdad, Partido Liberal, Partido Pirata, Revolución Democrática y Socialismo y Libertad. Recuperado en: https://www.frente-amplio.cl/organicas

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