Golpe de timón o peligro de naufragio – Por Gerardo Szalkowicz

Al cumplirse 17 años del arribo de Hugo Chávez al poder -que partió al medio la historia de América Latina y alumbró una nueva era regional-, la revolución bolivariana ingresa en su atolladero más complejo, fruto de la combinación de múltiples factores, que la coloca en la urgente encrucijada de reinventarse o correr el riesgo de perecer.

La rotunda victoria de la derecha venezolana (la segunda de 20 elecciones) le otorga una mayoría parlamentaria con la cual recupera la iniciativa política y parte del poder estatal para intentar boicotear muchos de los avances impulsados por el gobierno bolivariano. Pero además, envalentona al antichavismo a ir por todo.

El argumento puede sonar trillado pero es necesario remarcarlo: el resultado electoral se explica, en gran medida, por la eficacia de la denominada “guerra económica”. Más de dos años de permanente desabastecimiento planificado de productos básicos y una descomunal inflación inducida lograron hacer mella en buena parte de la población, que trasladó a las urnas el malestar de una fastidiosa cotidianeidad.

La estrategia de la contrarrevolución -que incluye además el tutelaje y financiamiento gringo y la feroz campaña de los grandes consorcios mediáticos internacionales- caló hondo en el principal sujeto del chavismo, la mujer de las barriadas populares, y en una juventud desprovista de memoria histórica para identificar a la oposición con el paradigma neoliberal.

Si bien este cuasi bloqueo económico (similar al sufrido por el Chile de Salvador Allende) tiene como responsable a la burguesía comercial importadora, no menos cierta es la ineficiencia del gobierno para ir a fondo contra la arremetida especuladora. La red de productos de distribución estatal o medidas como el control de precios no lograron aplacar sus consecuencias. Y ahí se desnuda el principal dilema del proceso: un modelo productivo estructuralmente dependiente de la renta petrolera, encima con precios en caída libre. Los persistentes niveles de corrupción y la desconexión de las bases de sectores de la dirigencia chavista también forman parte del combo de contradicciones internas que abonaron el descontento. En palabras del ministro de Cultura Reinaldo Iturriza: “Debemos someter a profunda revisión nuestras prácticas militantes”.

La derecha continental suma así un nuevo motivo para el brindis findeañero, justo en el terreno de su principal objetivo a destruir, en el epicentro de la disputa continental. Pero ojo, fue un triunfo circunstancial, que modifica el escenario político pero que no decreta el apocalipsis. Una revolución (y más aún por la vía electoral) nunca es un camino recto y parejo hacia la victoria final, sino un largo y sinuoso trayecto con avances, retrocesos, desplomes y reimpulsos. Ya lo decía Fidel Castro en 1961: “¿Qué es una revolución? ¿Es, acaso, un proceso pacífico y tranquilo? ¿Es, acaso, un camino de rosas? La Revolución es, de todos los acontecimientos históricos, el más complejo y el más convulso”. Bien lo sabe el chavismo, experto en renacer de golpes de Estado, sabotajes petroleros, del viaje infinito de su mentor o de un asedio permanente desde los principales centros de poder global.

Entonces si la derrota se transforma en lección, si se apuesta por radicalizar y profundizar el proceso –como hizo Chávez ante cada escenario adverso-, si se aplica con generosa autocrítica la reorientación de algunas políticas y se destinan las mayores energías a la construcción del Estado Comunal, Venezuela logrará burlarse de los agoreros del fin de ciclo para seguir iluminando los sueños de emancipación en Nuestra América.

*Periodista, editor de Nodal, editor de la sección internacionales del portal Marcha (marcha.org.ar). Colabora en Tiempo Argentino, Revista Sudestada, Miradas al Sur, Resumen Latinoamericano y Colombia Informa, entre otros.

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